RESILIENCIA: LA TRANSFORMACIÓN REGENERADORA: TU KIT EMOCIONAL

RESILIENCIA: LA TRANSFORMACIÓN REGENERADORA: TU KIT EMOCIONAL

Si hay una habilidad que nos permite lidiar y hacer frente a la adversidad, sin duda esa es la resiliencia.

Las personas no nacemos, nos hacemos resilientes, ya que, aunque es cierto que hay personas que tienen una predisposición genética o natural a serlo, la mayoría adquieren este don durante su andadura vital.

Y sí, es un don. Nuestros padres, progenitores o cuidadores contribuyen, desde nuestra infancia, con sus modelos de comportamiento, a que identifiquemos cómo enfrentarnos a situaciones complejas, salir airosos y aprender de ellas. Porque no solo es importante vencer esos obstáculos, sino también generar una pauta de comportamiento, un nuevo hábito sano de encarar de forma positiva, los baches con los que nos vamos encontrando y, en general, cualquier cambio que se nos presenta.

Piensa, por ejemplo, en algún momento de tu infancia en el que tuviste que ser valiente, enfrentarte a un problema ¿cómo lo resolviste?, ¿por ti mismo?, ¿tuviste ayuda?, ¿puedes recordar, aunque sea vagamente, cómo saliste de ello?. Seguro que, si conseguiste solucionarlo, te sentiste mucho mejor contigo mismo, te reconocieron tu valentía y tu fortaleza.

En la infancia, es importante que los padres se involucren de forma activa en el cuidado mental y emocional del niño. No solo para prevenir enfermedades, sino también para ayudar al menor a adquirir herramientas emocionales que le proporcionarán seguridad para poder valerse por sí mismo en la vida, y actuar con seguridad, aplomo y confianza.

Ya en la adolescencia y juventud, también hay que estar permanentemente mostrando patrones positivos de conducta, tanto en la familia como en el entorno educativo, social y de amistad.

Todo ello redundará en que ese niño crezca no con la convicción de que puede con todo, sino con la confianza de que, pase lo que pase, tiene recursos suficientes para salir adelante, una visión realista de su entorno, una mentalidad positiva orientada al resultado y una capacidad de interrelación con los otros, gracias a la cual no le costará pedir ayuda, si la necesita.

Así, en situaciones de encrucijada, momentos vitales complicados, podremos pararnos a pensar cómo gestionar lo que estamos viviendo, de qué manera queremos actuar, aceptando la situación, pero buscando la mejor solución para, una vez resuelta la cuestión que nos ocupa, ser capaces de aprender de ello y, lo más importante, aplicar y adaptar ese conocimiento a nuevas circunstancias, generando, de este modo, un recopilatorio de recursos propios, algo así como nuestro kit básico personal de herramientas emocionales, con las que vamos contando, según necesitemos.

Seguro que te estarás diciendo: todo eso está muy bien pero yo, ¿cómo puedo desarrollar mi kit emocional? 

Primero, tienes que activar la consciencia. Cuando una persona está sufriendo, enfrentándose a una situación tensa, de profundo dolor, de conflicto, lo primero que tiene que hacer para salir de esa situación es darse cuenta, ser consciente de su realidad.

Esta primera fase es la denominada de toma de consciencia.

Una vez que uno se da cuenta de que no está a gusto con lo que está viviendo y desea sanar, lo que lleva a ello es su voluntad, la decisión firme de salir de ese dolor. Cuando digo salir, no quiero decir huir, sino a enfrentarnos a aquello que nos hace daño, alejarnos y dejarlo atrás.

Esta es la segunda fase: de voluntad firme, de querer estar mejor, estar bien. Tiene mucha relevancia porque, si bien es muy valorable el hecho de darnos cuenta, lo que verdaderamente nos impulsa al cambio es el deseo de ocuparnos de nosotros mismos: la voluntad, el querer, y el querernos, porque el querer estar bien comienza con un amor y un respeto a nosotros mismos.

Cuando nos hemos convencido de que queremos modificar nuestra situación entramos en la fase tres, de tomar acción. Aquí seleccionamos qué pasos vamos a dar, qué acciones concretas creemos que nos van a ayudar a avanzar y, en último término, a estar bien con nosotros mismos.

En este momento es el tiempo de analizar las opciones que tenemos y decidir, con base en lo que es mejor para nosotros. Pueden ser pequeños pasos, acompañados de una gran decisión (la que nos impulsó a cambiar) pero, por pequeños, serán los necesarios, los que hemos identificado como idóneos y, sobre todo, alineados con nuestro compromiso interior, con lo que nos va a hacer estar bien y en paz con nosotros mismos y, como consecuencia, con los demás.

Al haber ya tomado decisiones valientes y haber realizado las acciones de avance, llega la fase cuatro, de recuperación. En ella recogemos, añadimos nuevas acciones, modificamos, quitamos lo que no nos ha servido, y seguimos avanzando hasta que, casi sin darnos cuenta, hemos llegado a una significativa mejoría. Nos sentimos aliviados, seguros, nos animamos porque nos empezamos a encontrar más alegres, fluyendo, y recuperamos nuestro bienestar.

A esta la sigue la fase cinco, de autoexploración. Aquí nos observamos, nos desahogamos, analizamos lo que nos ha pasado, lo que hemos vivido, nos damos permiso para aceptar los sentimientos encontrados que tenemos, abrazamos nuestros errores y nos condecoramos por haberlo logrado, por haber llegado hasta aquí, por ese crecimiento interior, por lo valientes que hemos sido y por lo coherentes, pues hemos sido capaces de pensar, decir y actuar en total consonancia, alineados con nuestra visión de la vida y nuestros valores.

La que sigue es la fase seis, de dar las gracias por los aprendizajes, de soltar lo que ya no nos sirve, de quedarnos con lo positivo, de perdonarnos a nosotros mismos y perdonar a los demás, de seguir en el camino al autoconocimiento, el de vivir en paz con nosotros mismos y con las personas que nos rodean.

Y la última es la fase siete, de recopilación, cierre y aprendizaje: en ella recogemos todo lo aprendido, nos quedamos con las lecciones más importantes, lo que me llevo, lo que me ha servido, por qué ha sido importante para mí lo vivido. Soy capaz, en este momento, de tomar distancia, de relatar y mirar interiormente, todo lo acaecido, cómo he respondido ante ello, cómo he evolucionado, cómo he alcanzado mi bienestar y cómo puedo incorporar, en mi vida diaria y en posteriores situaciones que se den, las nuevas lecciones vitales.

Estos siete pasos que acabamos de ver son los que conforman nuestro kit de salvamento emocional, de supervivencia y/o respuesta ante situaciones complejas.

Y, a este conglomerado de lecciones de vida, se le pueden añadir muchos ingredientes extras. Esto depende de cada uno: la fe, la espiritualidad, la conexión con la naturaleza, con el universo.

Está bien reconocer, aprender, respetar que cada uno de nosotros somos distintos y no nos emocionan las mismas cosas. Esto es lo bello y enriquecedor de los seres humanos: el saber respetar, para vivir en armonía, compartiendo y aprendiendo, dando a conocer nuestro punto de vista y atendiendo el de los otros.

No puedo saber lo que te ha herido, cuál ha sido tu dolor, de qué has padecido, eso no lo puedo saber. Pero sí puedo compartir lo que a mí me ha servido, y eso es este kit que ¡ojo!, es un instrumento vivo, que se adapta a los momentos de cada persona, a cada etapa, cada tiempo vital. Se va transformando y ajustando a ti conforme avanzas en la vida, porque ella nos enseña que no podemos apegarnos a nada, ni siquiera a nuestro kit (porque este evoluciona, y así aprendemos a cambiar con él), pero sí apegarnos y ser fieles a nosotros mismos, a nuestra esencia, que es la que nos abre las puertas siempre, porque en ella está la llave de la resiliencia.

Nuestro kit, nuestra caja de herramientas emocional, va mejorando con el paso de los años: ajustamos lo que ya no nos es de utilidad, aquello que se ha quedado obsoleto y añadimos nuevos ingredientes: lo que hemos escuchado en un taller o curso, algo que hemos leído y nos ha impactado, ese detalle que nos hace avanzar…cualquier cosa, en fin, que se puede integrar en él y que resuena con nuestro espíritu lo podemos añadir a nuestro kit que, de esta forma, se ve aumentado, promocionado y, lo que es clave: con estas mejoras añadidas, se convierte en un poderoso instrumento renovado, actualizado y útil, que nos ayuda a enfocarnos en lo que nos mueve, en la mejora de nuestro yo como persona, en aquello que nos llama a ser felices, a expresar con claridad nuestro mensaje al mundo, a comunicar a los demás nuestras ideas, sentimientos, propuestas con decisión, fortaleza y, al mismo tiempo, con capacidad de escucha, generosidad y empatía.

Resiliencia es la capacidad física que tiene un cuerpo de ser golpeado y volver a su estado original.

De la misma forma, somos golpeados por la vida, los acontecimientos, el dolor, el sufrimiento y, a pesar de ello, con convencimiento, con amor, con ganas, con voluntad, con pasión, con decisión firme y enérgica tomamos acción, decidimos sanar, nos ponemos en marcha, damos los pasos concretos, sanamos, revisamos, nos observamos, aprendemos y volvemos a nuestro ser, a nuestro centro pero cambiados, mejorados, evolucionados, mejorados, llenos de lecciones aprendidas, con más seguridad y fuerza, que es la que nos brinda el autoconocimiento, el amor por uno mismo, por los demás, y por todo lo que nos rodea. Esto es lo que representa, para mí, la resiliencia.