El arte...siempre abierto

Tengo que admitir que me encantan las películas de catástrofes, me gustan los efectos y esas escenas exageradas donde se caen edificios enormes y siempre hay alguien que salva al mundo a último momento. Hace unos años, las miraba y me gustaba sentir que era algo que jamás podía pasar de tan descabellado que parecía, un país entero en cuarentena o congelándose, naves espaciales o el mundo que de repente se ve dominado por las máquinas. ¡Cuántas ocurrencias! Zombis, máquinas, extraterrestres, virus mortales y por supuesto bandas sonoras impresionantes.

Cómo espectadora, me gustaba sentir la seguridad que me brindaba la “ciencia ficción”, sabiendo que eso nunca pasaría. Hasta que un día cayeron dos tremendos edificios en los atentados del 11 de septiembre. Siria casi es borrada del mapa por las guerras. La contaminación ambiental se hizo cada vez más extrema. Las máquinas nos dominaron y vivimos pendientes del celular, la notebook, las redes sociales y ya ni siquiera tenemos intimidad. Me gustaba pensar que todo era fantasía y hasta recuerdo la primera vez que vi una película en donde la temática era una Pandemia mundial y dije “¡ay! ¡qué va! esto es imposible”. Pero como siempre, la realidad supera a la ficción. 

Hoy el mundo está revolucionado por el cuestionado virus COVID-19, en algunos países ya hay cierta normalidad, pero en otros, seguimos en la lucha de poder ir a comprar una ropa. Nunca nos imaginamos que un día podríamos tener que estar todos encerrados en casa, algunos solos con sus pensamientos, otros con la fortuna de una familia, algunos teniendo que hacer una cuarentena en condiciones infrahumanas amontonados en una pieza y algunos incluso sin un hogar donde hacerla.

Si el mundo necesitaba un respiro, es una guerra biológica, fue un murciélago en la sopa, o nuestro ADN está mutando por el 5G, no lo sé. Lo que sí se, es que estamos siendo testigos de algo único en la historia de nuestra joven humanidad y que marcará por siempre la vida de todos los que estamos transitando esta etapa.

Lo cierto, es que por más ánimo que le pongamos, la economía mundial se cayó a pedazos, las grandes potencias cuentan sus muertos de a miles, mientras cae la bolsa y los empresarios se agarran la cabeza; los países tercermundistas directamente tardarán décadas en recuperarse de todo, los trabajadores independientes ya no saben de qué vivir, las PYMES se están fundiendo y las empresas idean miles de opciones para no

tener que despedir a sus empleados y aquí nosotros, en el medio de todo, los artistas, siempre ignorados y humillados por los gobiernos que destinan el mínimo del presupuesto sin valorar lo importante que es la industria cultural de un país, y muchas veces desvalorados por la propia sociedad, que nos cuestiona el precio de una clase, la entrada a un espectáculo o de un servicio en un evento. Pero fuimos la mejor opción para sanar este mundo lastimado, quien diría.

Hoy las industrias creativas independientes estamos pasando por la peor crisis de la historia. Teatros cerrados, producciones caídas que no podrán ser reprogramadas, maestros sin poder dar clases particulares, cursos, talleres y clases magistrales sin fecha de comienzo y cientos de horas de ensayo perdidas en producciones que jamás subirán al escenario. Planificaciones de temporadas que quedarán en el olvido y giras que jamás se realizarán. Las compañías independientes no soportan pérdidas así, los trabajadores del arte independiente tampoco, los que viven día a día de sus servicios profesionales están condenados hasta quien sabe cuándo, porque, cuando la vida sea “normal”, nada de normalidad habrá para nosotros.

Los teatros estarán abiertos, pero sin público, los cursos promocionados, pero sin inscritos, las producciones ideando, pero sin dinero, porque las pérdidas que el mundo del arte tuvo y tendrá es realmente para llorar, porque para nuestra humanidad, la cultura es un adorno social, algo que puede esperar y por supuesto se puede recortar.

Sin embargo, hay algo que me conmueve profundamente dentro de todo este panorama digno de película: y es que el artista siempre entrega. No hay red social que no tenga un post de un cantante, bailarín o instrumentista brindándose a pleno en videos caseros, por el solo hecho de alegrar a otros o la necesidad de lanzar al mundo la llamarada que lleva dentro. Desde que comenzó todo esto, los artistas, los que siempre somos los relegados de todo, fuimos los que salimos al frente y compartimos lo mucho o poco que sabíamos hacer y mucha gente se alegró durante este año y medio, gracias a una poesía, una canción, una coreografía o un simple video de humor.

Orquestas y coros haciendo música a distancia, desde sus celulares o estudios, actores haciendo vivos de cocina, chistes, anécdotas o incluso fragmentos de monólogos. Bailarines que, en sus reducidos espacios, mueven su cuerpo recordándonos las maravillas del fluir etéreos en el espacio. Fotógrafos, enamorados de la luna o de una planta que ven por su ventana, que salen presurosos a sus balcones, patios o techos y capturan hermosas imágenes, de animales, personas, sombras y luces, contando historias y dejando expuestos pensamientos en simples gestos para recordarnos que todavía tenemos un mundo al cual admirar.

Los artistas somos de carne y hueso, como todos los mortales, pero nos impulsa algo superior a nuestro intelecto o a nuestra voluntad. Es la inspiración, la pasión y la esperanza, la que nos hacen cantar, tocar, bailar, fotografiar o pintar. Es la fascinación por crear, lo que mueve nuestra pluma y nos permite escribir, mientras la musa es una simple mariposa posada en la flor.

¡Vaya que somos de un corte extraño los artistas! Somos tan simples y complejos, que mientras escribo esta nota, tengo un nudo en la garganta y las lágrimas se me caen al pensar en el mañana. Todavía no decido si son lágrimas de esperanza o de dolor.  

Mañana como todos los días, cantaremos algo, tocaremos un instrumento, destaparemos los óleos, programaremos supuestos conciertos o enfundaremos nuestro pie en una zapatilla de baile. Porque así asomos, parte de un todo superior que nos impulsa a seguir, “a pesar de”.

Agradezco poder llegar en este momento a la casa de alguien y poder acompañarlo en su soledad o en su reflexión diaria. Agradezco la oportunidad de recordar que nos extrañábamos que nos necesitábamos, que como sociedad nos complementábamos.

Agradezco ver las aguas limpias, y las flores abrir, los animales saliendo de sus escondites y sentir aromas que hacía rato no sentía. Y mientras agradezco eso, elevo una plegaria por los que no están y por los que no estarán mañana o pasado, presos de la enfermedad o de la soledad…o de la tristeza. Pero también rezo, por los todos los millones de artistas, que seguirán siendo ignorados a pesar de haber entregado tanto estos meses. Ojalá me equivoque en esto y el arte sea reivindicado, por hoy, somos los artistas, los que estamos plenamente abiertos y dispuestos a sanar las almas de este mundo. El mundo se va reactivando, pero nosotros, seguimos esperando mientras llevamos un poco de amor de la forma en la que podemos.