Alto Rendimiento en el Desempeño Organizacional

Al formular este artículo afirmamos que es posible trasladar el concepto “alto rendimiento”, que generalmente proviene del campo deportivo (tenistas, remeros, bailarines clásicos, nadadores, trapecistas, equipos de fútbol, rugby, básquet, etc., etc.), a la práctica laboral. Para facilitar esta apropiación se requiere contestar la pregunta ¿Qué significado le atribuimos al “alto rendimiento”?

Algunos de nosotros podríamos relacionar el alto rendimiento con ideas tales como:

- Trabajar más y mejor
- Ser muy eficiente
- Obtener mayor resultado comparándonos con otro

Todos ellos se inscriben en el paradigma que propone: “jugar el juego cada día mejor”. Se requieren competencias técnicas y habilidades. Algunas son naturales, producto de dones y talentos recibidos con los cuales podremos acceder a ciertas metas u objetivos. Así se segmentan diferentes categorías de competición para cada actividad. En el futbol, por ejemplo, las categorías se nombran con las letras A, B, C o D. Con esta observación apreciamos que es posible obtener el campeonato de la categoría C con un desempeño de alto rendimiento. Sin embargo, este alto rendimiento de la categoría C no alcanza para ser competitivo en la categoría A.

Otra comparación que nos parece válida es el caso de los deportes amateur que se profesionalizan, el rugby es un caso enigmático. ¿Puede un equipo de rugby amateur alcanzar el Alto Rendimiento? ¿Es el Alto Rendimiento sólo una característica de los llamados “profesionales”? Nuestra opinión es que un equipo amateur puede alcanzar el Alto Rendimiento y que este no es patrimonio de los equipos o actividades profesionales.

De esta manera postulamos que “alto rendimiento” es un concepto válido para desarrollar en todas las personas y que más importante que el desarrollo a máximo potencial de las competencias técnicas o de competencias algunas naturales y otras adquiridas (aprendizaje en la vida o en las universidades), es el desarrollo de las competencias genéricas.

Estas últimas corresponden al área menos mesurable de las personas, son las actitudinales. También conocidas como vitales y mentales. Refieren a los hábitos de acción y pensamiento. Algunos los denominan “mentalidad ganadora” “buena onda” “espíritu de lucha”, etc.

Estas dimensiones humanas pueden elevar el rendimiento si dichos hábitos son conducentes con el propósito. Cuando se entrenan de manera sostenida o perseverante conducen a la práctica de virtudes, de lo contrario, pueden deformar el rendimiento si dichos hábitos no son conducentes con el propósito, convirtiéndose de esta forma en vicios. Por ejemplo: quien o quienes deciden robar un banco pueden hacerlo con competencias técnicas (conocimientos), metas y objetivos bien claros, asimismo contar con actitud vital y mental (hábitos de acción y de pensamiento) que les permita llevar adelante la acción incluso con éxito, sin embargo no estarían utilizando el concepto de “alto rendimiento” con el cual nos identificamos.

Se hace necesario entonces convocar a la Conciencia. Cuando comenzamos a observar las consecuencias de nuestros actos, incluso de nuestros pensamientos aparece el sentido – órgano de la Conciencia- que nos conduce más allá de lo que está bien, nos apropia de lo que es correcto. Aquello que corresponde.

Todos los seres humanos actuamos motivados por valores, nos mueve lo que valoramos, incluso sin distinguir si los valores contienen aprobación o rechazo moral. Pero cuando la Conciencia aparece, se enciende el faro, aparece la luz que guía nuestros actos y es así que nos acercamos al “alto rendimiento”. Este es el Alto Rendimiento que buscamos aplicar en el desarrollo organizacional para optimizar los resultados. Resumimos lo expuesto en el siguiente cuadro:




  
 
Esta mirada supera el enfoque individual, busca proyectarse en el conjunto o sistema organizacional y convertirse en cultura. Con este paradigma los resultados pueden denominarse “abarcativos”. Al considerar la tarea de manera tridimensional (tarea individual, tareas de coordinación y tareas de reflexión y aprendizaje) ampliamos la zona tangible o “hard” de la función empresaria (metas, objetivos, acciones) para complementarla con la zona intangible o “soft” que busca desarrollar las competencias genéricas de la persona y la organización (hábitos de pensamiento y acción).

La resultante de este nueva Cosmovisión es la observación Consciente que proviene del estado de integración de la Conciencia individual y organizacional.

Esta aplicación resulta más atractiva cuando podemos aplicar la fórmula del mayor receptáculo de riqueza empresaria, el Capital Humano (CH). Dicha fórmula se expresa
CH = (Competencias + Compromiso) x Conciencia.

Veamos los componentes de la fórmula una vez más: todas las competencias (técnicas o genéricas) están directamente relacionadas con las habilidades y el conocimiento, estas capacidades se co-relacionan con las Inteligencias Física y Mental de las personas respectivamente.

El compromiso es un derivado de la convicción y esta se encuentra relacionada con la Inteligencia Emocional. Por último la Conciencia se deriva de la motivación trascendente y está íntimamente ligada a la Inteligencia Espiritual.

Cuando estas cuatro capacidades (física, mental, emocional y espiritual) se hacen presentes nos encontramos en el paradigma de la persona completa (ver Fig. abajo al lado derecho). De lo contrario cuando alguna de ellas no se moviliza (por omisión, desconocimiento o indiferencia) caemos sin saberlo en el paradigma de la persona incompleta (ver Fig. lado izquierdo).





En ambos cuadros se detallan las principales características de estas posiciones. Uno u otro camino se convierte en cultura personal y organizacional. La calidad de dichos logros, en ocasiones denominado éxito o fracaso, estará directamente ligado al proceso y este, al paradigma desde el cual se opera.

Jugar el mismo juego cada día mejor o más de lo mismo pero mejor, es un camino. Aprender a jugar nuevos juegos representa un abandono de la zona de confort que requiere paradigmas diferentes. Cabe entonces preguntarse ¿Cómo se hace? ¿Son nuevas competencias? La respuesta es no. Se trata de “despertar” ¿A qué? Al uso de Todas las capacidades humanas y en particular la Conciencia.

Es fácil observar como las organizaciones luchan a través de sus gerentes de Recursos Humanos por acelerar los beneficios mediante la vía de consolidar el “paquete competitivo”, formado por la hélice: Competencias + Compromiso, le llamamos a ello “agregar valor”. Son como ya hemos mencionado tres inteligencias en desarrollo: la física (habilidad), la mental (conocimiento) y la emocional (compromiso).

El uso o destreza en la aplicación de estas tres dimensiones define un hábito eficiente: hacer las cosas bien. Significa lograr hacer las cosas bien aunque aún sin mirar las consecuencias de dichos actos. Es alcanzar el éxito sin medir el costo.

Vale la pena aclarar que no se trata de una mirada con tinte sólo moral, se busca detectar si por este nuevo camino la capacidad de generar otros resultados se incrementa, o si por el contrario se continúa apegado a la “deriva de los resultados”. La deriva es una práctica que consiste en mirar el pasado y buscar predecir el futuro. Nuestra propuesta pretende abandonar el estímulo de predecir futuro reemplazándolo, por el entusiasmo de Crear Futuro.

Sólo cuando adicionamos Conciencia o desplegamos Inteligencia Espiritual es cuando alcanzamos un hábito Efectivo. Alcanzar efectividad significa alcanzar el éxito que está más allá del éxito.