Problemas modernos, soluciones modernas

 Cuando las crisis económicas someten la estabilidad socio – financiera de los pueblos y de sus instituciones, “el manual de bolsillo” sugiere en términos generales recortar en todo lo posible los beneficios sociales, las ayudas, los subsidios y cualquier otro mecanismo de transferencia de recursos que representen una herramienta de protección hacia los ciudadanos en condiciones de mayor vulnerabilidad social. De igual forma, es lógico suponer la aplicación de estímulos a la producción, aumentos significativos sobre la carga fiscal impuesta a los contribuyentes, controles en materia cambiaria, despidos en el sector público y cualquier otro dispositivo de acción en atención a la magnitud y alcance del propio desequilibrio. Cuando los ciclos económicos se repiten, también se suelen recetar las medicinas aplicadas con anterioridad, con lo cual la economía y la sociedad misma suelen entrar en una interminable e ineludible espiral de causa efecto.

Alrededor del mundo, vemos como de manera sistémica y escalonada han surgido representativos desequilibrios económicos y sociales sobre importantes naciones del orbe; Estas situaciones evolucionan y continúan su propio proceso de transformación hasta convertirse en epidemias de mayor magnitud, especialmente cuando sus afecciones se transmiten sin mayores obstáculos a los bloques económicos ya existentes. Estamos sin duda alguna en un mundo cada vez más globalizado, multipolar, sistemáticamente integrado y ampliamente dirigido por grandes y al mismo tiempo pocas corporaciones; con el transcurrir de las últimas décadas se ha consolidado un esquema internacional de negocios que ha acrecentado aún más la brecha entre países desarrollados y en vías de desarrollo, al tiempo que han relegado al individuo, al ambiente y a la sociedad misma a un plano de menor relevancia, acentuando vulnerabilidades ya existentes y creando un nuevo escenario de riesgo global.

Históricamente, las sociedades humanas han buscado la creación de sistemas de organización, producción, convivencia o de coexistencia que les permitiesen dar respuesta a los intereses de unos pocos privilegiados en detrimento de otros individuos con menor poder de decisión; en tal sentido los cambios y transformaciones sobre los modelos preexistentes han surgido como resultado de la presión ejercida por los menos favorecidos o simplemente por la inviabilidad y desgaste del proceso propuesto; adicionalmente, tanto el capitalismo como el socialismo dentro de su alcance cultural, político, social y económico nos han mostrado a lo largo de los siglos recientes tanto sus beneficios, como sus deficiencias y sus propias vulnerabilidades, sin que ambos sistemas se consoliden como la mejor y más racional alternativa para la humanidad.

La gran mayoría de los seres humanos hemos sido educados, formados y hasta moldeados para sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo e individualista; el modelo autogenerado de abundancia en nuestra cultura occidental se basa en el consumismo o en el cúmulo de riqueza y en el acceso ilimitado a bienes y servicios sin importar el costo colateral que ello implique; suena por demás paradójico e irracional pensar que bajo esta perspectiva del progreso todos podamos ser ricos en un mundo con recursos cada vez más limitados. De igual forma, centralizar en manos del Estado la capacidad del colectivo para decidir, producir, innovar y hasta de pensar, pareciera no ser la respuesta más correcta en nuestros tiempos, pues le resta importancia al aporte y a las iniciativas privadas o simplemente desmerita el potencial transformador de aquellos esfuerzos que difieren de su corriente de pensamiento. Adicionalmente, encontramos a nuevos actores como lo son las empresas y las grandes corporaciones las cuales en términos generales han limitado su acción e impacto social a la generación de empleos, contribución fiscal y a la oferta de productos y/o servicios de calidad, dejando de lado el compromiso por un mayor protagonismo ético y responsable en su labor social y ambientalista.

Debe surgir necesariamente una mejor condición de equilibrio entre el alto intervencionismo por parte del Estado y la llamada mano invisible del mercado; debemos comprender la importancia que implica para todas las naciones el cumplimiento de indicadores económicos en armonía con los indicadores sociales, comprender que la inclusión de unos implica mayores compromisos para otros, entender que los recursos que sobran hoy son en gran parte nuestra herencia a las generaciones futuras, interiorizar que dentro de los bloques comerciales debe existir un marco de convivencia que no atente contra la sostenibilidad del sistema, debemos entender que el problema ya no se trata solo de reducir la brecha existente entre ricos y pobres, la problemática actual implica la búsqueda de una armonía ética, viable y sustentable entre el nuevo papel del Estado, la iniciativa privada con y sin fines de lucro, el individuo, la sociedad y el medio ambiente, de no ser así estos mismos protagonistas seguirán llevando por siempre caminos antagónicos entre sí; en pocas palabras: problemas modernos requieren soluciones modernas.