¿Por qué les cuesta trabajar a los jóvenes?

La semana pasada participé de una charla cuyo tema era la relación de los jóvenes con el trabajo. Fue muy interesante escuchar los diferentes puntos de vista y tener en cuenta las opiniones de cada uno de los participantes. Pasados los días puse en orden algunas ideas que brevemente quiero exponer aquí.

Hoy estoy convencido de que el tema de los jóvenes frente a su responsabilidad para con el trabajo no tiene demasiado que ver con la edad de las personas. Sí tiene que ver, y eso es lo que deseo exponer, con sus proyectos de vida.

Se habla de que los jóvenes no adquieren compromiso de frente a sus relaciones laborales. Que priorizan el aquí y ahora frente al porvenir, que prefieren sentirse bien ellos mismos más que repetir la historia de muchos padres a quienes han visto sufrir en el trabajo para que al final no obtuvieran demasiado, etc. etc. En definitiva siento que se pone a los jóvenes en el centro de la cuestión y desde allí se opina si es bueno o no cómo se relacionan con la responsabilidad laboral, o si está bien cómo lo hacen.

Después de prestar atención a todo lo comentado en aquella reunión, tengo el convencimiento de que hemos corrido el eje de la cuestión y eso nos aleja del centro y la posible solución de la situación. Opino que debemos partir de un hecho concreto que consiste en reconocer que en la posmodernidad, para desarrollarse y progresar se necesitan fondos genuinos, producto del trabajo honesto. En otras palabras, salvo agradables excepciones, no tenemos otro camino que cumplir con aquello de que “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Ante a esta realidad irrefutable que nos impone la vida, entonces lo que sólo nos queda por discutir es ¡cuánto estamos dispuestos a sudar por lo que queremos! Esto le cabe —no importa la edad— a todos aquellos que tenemos algún proyecto de vida.

En palabras simples todos conocemos que la relación: trabajo / cumplimiento de proyectos, es la que determina el futuro de cada quien. Así, desde esta relación, a cada uno, le cabe pensar qué futuro le interesa construir. Técnicamente se plantea así: Trabajar para crear futuro es irrefutable. No cabe otra alternativa. Por lo cual sólo nos queda la posibilidad de escoger el cómo, cuándo y dónde. Esto ya no es una cuestión de edad, sino de posibilidades y decisiones del tipo de vida que uno desee generar. Y este es, desde mi punto de vista, el centro de la cuestión.

A esta altura de la reflexión creo conveniente agregar un pensamiento relacionado con la educación de los hijos y su posición frente a sus propias responsabilidades para crear futuro. Este deviene de la observación del comportamiento de una generación de padres que nos llevó a poner en el centro de la escena a los hijos. Todo giró en derredor de ellos, aparecieron los: “family days”… y allí íbamos los padres para aplaudir a los chicos, luego seguían las diferentes y públicas presentaciones de habilidades que nuestros párvulos nos ofrecían ante la concurrencia de todos los parientes que acudíamos ansiosos de apoyarlos en el desarrollo de su autoestima… De allí en más, ya creciditos los muchachos, si les ponían una nota baja en alguna materia, aquel pensamiento de antaño: “seguramente no habrás estudiando lo suficiente” se corrió a: “este profesor no te entiende, vamos a hablar con él…” Con estos ejemplos (hay miles más) quiero representar un hecho concreto que no pretende ser una acusación sino una simple observación: “pusimos a la juventud en el centro de la escena y la acostumbramos a ello”. Hoy nos asombramos y nos preocupamos de por qué se sienten centro del universo y hasta muchas veces llegamos a tildarlos de simples egoístas.

Hombres y mujeres, quienes hoy tienen entre 18 y 40 años, despiertan al proceso inexorable de hacerse cargo de su vida actual y futura. Ellos, que se han acostumbrado a que el mundo haya girado siempre dispuesto a su alrededor, repentinamente perciben que hoy, la realidad que les toca afrontar, es diferente. Tienen por delante un problema de adaptación a una realidad que no alcanzan a reconocer. Adaptación a una realidad fáctica a la cual le responden: sobreponiéndose con gran esfuerzo a una historia que los cobijó y sobreprotegió, o por lo contrario, procurando prolongar las circunstancias que vivieron y por lo tanto buscando que mágicamente continúe acompañándoles. De allí el desconcierto de algunos jóvenes y el aprovechamiento de tantos adultos que, con fines aviesos, toman en sus manos la conducción y el destino de muchos.

Por lo tanto no creo que los adultos de buena voluntad ayudemos demasiado a los jóvenes discutiendo solamente sobre la realidad actual con la vista puesta exclusivamente en el corto plazo. Estoy convencido que debemos conversar con ellos, intercambiar ideas de este tipo, abiertos a aprender y cambiar también nosotros algunos paradigmas que nos resultan difíciles de repensar. Lo que sí opino es que no podemos correr el eje de la cuestión: que para tener capacidad de dar respuestas a lo que la vida pone por delante, hay que hacerse cargo de qué es lo que uno quiere construir. Y en esto sí que nos cabe la responsabilidad de ayudar y conducir. Mirar solamente si está bien o mal lo que están haciendo nuestros jóvenes, poniendo exclusivamente el foco en el aquí y ahora, es alentarlos a que se conduzcan con miopía frente a una camino de largo trayecto en el que paso a paso verán sus frutos y, consecuentemente, recogerán lo que sembraron. En este aspecto es importante que descubran la diferencia que hay entre ser vagabundo, errante; o transformarse en un caminante de la vida que peregrina hacia un destino decididamente deseado.

Mirar para otro lado y sonreír aceptando que los jóvenes no necesitan de apoyo y conducción, creo que es adoptar una actitud irresponsable que compromete peligrosamente el futuro de nuestras generaciones venideras. Quienes en el mundo manejan el terrible negocio de la droga, saben a dónde van y conducen con lamentable y creciente suceso. Quienes gerencian la prostitución también lo hacen así. Quienes dirigen la proliferación del negocio del consumismo sin ton ni son, también conducen y van inexorablemente tras sus objetivos… Entonces ¿qué esperamos nosotros, los mayores, para CONDUCIR? Conducir no es una mala palabra, significa aceptar la responsabilidad de quienes le ha sido dada la capacidad de ver más allá (experiencia de haber vivido el camino), para sortear a tiempo los escollos de la vida y hacer de ella un acontecimiento feliz para el presente y el futuro. Por otro lado, TRABAJAR, es verdad que requiere de un esfuerzo, pero ante la realidad irrefutable, como ya dije, sabemos que a los jóvenes sólo les queda definir cuánto y de qué manera están dispuestos a hacer lo que les lleve a alcanzar lo que desean para generar el sendero de vida que cada uno elija. Y esto le cabe —no importa la edad— a todos aquellos que tienen algún proyecto de vida. Recordá que quien sabe a dónde va y tiene clara una estrategia para llegar, nunca termina siendo parte de la estrategia de otros.