La pirámide de Maslow invertida: una reflexión sobre la motivación en el trabajo
En 1943, el psicólogo Abraham Maslow, formuló una teoría sobre los orígenes de la motivación humana. En la misma, clasificó las necesidades de manera jerárquica utilizando una figura geométrica conocida como: la Pirámide de Maslow. Desde la base y hasta su vértice Maslow las agrupó en: básicas, seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización.
En su teoría enuncia que el pasaje a una necesidad superior presupone que la anterior ha sido satisfecha. Se comienza por alcanzar las de la base y así se avanza en las restantes. En parte, este razonamiento resulta lógico ya que resulta difícil de pensar que una persona pueda aspirar al éxito si no cuenta con un lugar donde vivir.
La famosa pirámide principalmente utilizada en los campos del marketing y la publicidad- aún hasta hoy-, quizás pueda aportarnos una mirada diferente sobre las necesidades de las personas en el mundo laboral.
¿Qué cosas motivan a los colaboradores en su trabajo?
Siguiendo la formulación de Maslow, deberíamos responder que lo primero es el dinero, ya que se vincula con las necesidades de la base. No obstante, quizás sea interesante hacer algunos cambios al planteo original: invertir la pirámide, es decir cambiar el orden de las necesidades y además entenderlas como un sistema en lugar de una estructura.
¿Por qué invertir la pirámide?
Porque en el plano laboral y especialmente para la nueva generación, el dinero – que se correspondería con la necesidad de seguridad- no es lo que prima a la hora de elegir permanecer en un trabajo. Aunque no se puede discutir- que el económico-, es un factor importante, lo que hace sostenible un trabajo es que las personas cumplan las necesidades de autorrealización que comprenden: creatividad y resolución de problemas. Concretamente esto se logra encontrando un sentido a las tareas que se realizan, por eso no importa cuán alto sea el salario si no existe un para qué. Volviendo a la pirámide-, la autorrealización se relaciona de manera directa con la autoestima, es decir con la imagen que cada uno tiene sobre sí mismo y ¿A quién no le gusta sentir orgullo de su trabajo?
Sucede que además de la retribución económica (y quizás inclusive antes), el trabajo paga un salario que engrosa, o genera deuda, en la autoestima y si ésta no es suficiente, el dinero no podrá compensarlo. Aquí encontramos uno de los grandes desafíos de las organizaciones y de los jefes: ayudar a que los colaboradores encuentren un sentido en su trabajo, evitando caer en la “automatización” ¿De qué manera? Valorando, los aspectos individuales que cada uno puede aportar, especialmente cuando se trata llevar a cabo tareas repetitivas como las de un call center.
Volviendo al orden de la pirámide, luego sigue la necesidad de reconocimiento en donde se encuentran: respeto y éxito, por supuesto también estrechamente relacionados con la autoestima. Se trata de hacer las tareas tengan un sentido y que quienes la realizaron reciban un reconocimiento ya sea a través de una felicitación (pública o individual), mediante feedback, otro de los grandes desafíos de los jefes.
Esta circunstancia, crea un círculo de confianza que nos lleva a la necesidad siguiente: afiliación, referida al sentimiento de pertenencia y camaradería. Lógicamente, es una consecuencia natural sentirse parte de un grupo de trabajo que nos reconoce y nos hace sentir bien. Todas las necesidades están interrelacionadas, por eso se trata de un sistema y no de una estructura. Inclusive, hay momentos de la vida en las que unas pueden prevalecer sobre otras.
Finalmente, llegando a la base de la pirámide, devenida en vértice, ¿Existe un salario posible que compense la insatisfacción de las necesidades de autorrealización?
En lo personal opino que no, al menos que esa posición no es sostenible en el tiempo. Si, considero que el desarrollo de las personas en un trabajo está orientado a dar lo mejor de sí mismas en una tarea que tiene: sentido, reconocimiento y que les permite formar parte de un grupo o de una comunidad.