Los dos pilares de la felicidad
Es mucho más fácil comprender la felicidad si sabemos como funciona. El desarrollo total de los potenciales humanos, que suele generar felicidad, depende de la presencia simultánea de dos procesos. El primero es el proceso de diferenciación, que implica darnos cuenta que somos individuos únicos responsables de nuestra supervivencia y bienestar y que estamos dispuestos a desarrollar nuestra singularidad hasta que esta quiera conducirnos, disfrutando de la expresión de nuestro ser en acción. El segundo proceso implica integración o darnos cuenta de, que por únicos que seamos, también estamos completamente involucrados en redes de relaciones con otros seres humanos, con símbolos culturales y artefactos y con el entorno natural que nos rodea. Una persona totalmente diferenciada e integrada se convierte en un individuo “complejo”, en alguien que tiene las mejores oportunidades de tener una vida feliz, vital y con un sentido (Csikaszentmihalyi, Mihaly. Fluir en los negocios. 2002. Editorial Kairós S. A. Barcelona).
La complejidad y el ciclo de vida
Se podría ver el desarrollo humano como una serie de oscilaciones pendulares entre buscar ser único y la necesidad de pertenecer a algo más grande y más poderoso. Luego de sentir la necesidad de aferrarse a las madres, al cabo de un año de esa intensa dependencia, los niños pequeños empiezan a sentir la necesidad de afianzar su autonomía.
Un número cada vez más reducido de personas en cada grupo de edades puede seguir oscilando entre la afirmación de la individualidad y la aceptación de los valores del grupo. Se han detectado hasta diez etapas, cada una de ellas implica una prioridad externa o interna, cada una de ellas más compleja que la anterior, porque implica una individualización más pronunciada y una integración más profunda. Al final – el nivel más alto de desarrollo – es donde la persona ha refinado su carácter único y controla sus pensamientos, sentimientos y acciones, a la vez que disfrutará de la diversidad humana y se sentirá unida al cosmos infinito. Una persona que ha alcanzado esta etapa realmente se puede decir que es feliz, porque ya no necesita nada (Csikaszentmihalyi, Mihaly. Op. Cit.).
Autorregulación grupal
Una vez afirmada la individualidad ( por ejemplo a través del documento personal - P.E.P.), comienza la capacidad de regular la emoción que facilita el crecimiento emocional e intelectual. Allí comienza a nacer la autorregulación grupal que no es otra cosa que la habilidad del grupo para crear capacidad emocional y movilizar respuestas eficaces a desafíos emocionales. Legitimar la discusión de temas emocionales crea un recurso que los integrantes del grupo pueden examinar y tratar con sus emociones. Otro importante recurso que se crea es el lenguaje común y aceptado para hablar de las emociones.
Una vez que el grupo ha aceptado la emoción y creado los recursos para trabajar con ella, puede canalizar su energía para crear un entorno afirmativo que cultiva imágenes positivas del pasado, presente y futuro del grupo. Esta es la segunda norma de autorregulación grupal. Las emociones son contagiosas grupalmente, por ello las imágenes constructivas y positivas pueden tener un importante impacto en la manera en que se acaban experimentando las emociones en el entorno grupal. Las investigaciones realizadas por David Cooperrider (1987) sugieren que las imágenes positivas facilitan los efectos positivos, el comportamiento positivo y resultados positivos. Según dicho autor, “las imágenes integran cognición y afecto y se convierten en una fuerza catalítica a través de su cualidad de evocar sentimientos.
Una imagen positiva crea una espiral ascendente positiva de aliento y éxito. Crear un entorno grupal afirmativo se consigue a través de normas que guían la interpretación de estímulos emocionales. Los acontecimientos que desencadenan las emociones suelen ser ambiguas, por lo que las personas necesitan marcos culturales para orientarlos. Interpretar y etiquetar acontecimientos ambiguos mediante imágenes positivas da como resultado predicciones ineluctables al interior de los grupos, tal es así que los grupos eficaces tienden a interpretar los fracasos como oportunidades para aprender (Cherniss, Cary & Goleman, Daniel, Inteligencia emocional en el trabajo. 2001. Editorial Kairós S. A.). Ello desarrolla inteligencia emocional grupal que no es otra cosa que la capacidad de desarrollar normas guiadas por la interacción simbólica que surge de las emociones compartidas. Como afirma Mihaly Csikaszentmihalyi (Op. Cit.), “para tener éxito hay que disfrutar al hacerlo lo mejor que puedas a la vez que contribuyes en algo que no eres tu mismo”.