E-learning, de la informaciĆ³n al conocimiento

Lo han subrayado diferentes expertos, y lo decía por ejemplo el profesor navarro Julio Pomés hace ya casi diez años: “Hay algo peor que no tener información: carecer de criterios de selección que filtren y proporcionen únicamente las referencias que tienen significado para estudiar un asunto”. Nos rodea en verdad gran cantidad de información pero eso no asegura llegar al conocimiento preciso, ya se trate de una necesidad ocasional sobre la marcha, o de aprendizaje orquestado.

Hemos de subrayar, sí, la necesidad de convertir debidamente la información en conocimiento aplicable, sin errores, evitando falsos aprendizajes. El aprendizaje continuo nos obliga a todos y, entre los múltiples medios desplegados, figuran desde luego los programas formales de e-learning, como también la consulta de información en Internet o bases de datos corporativas. Residente en soporte electrónico o impreso, se trata de acceder a valiosa información que hemos de interpretar con cautela y sin precipitación.

Ya sea por la fascinación que ejercen las tecnologías de la información y la comunicación, o por otras razones, en ocasiones parecemos relativizar la importancia de la calidad (rigor, claridad, oportunidad, relevancia…) de la información que se ofrece al usuario. De modo especial en los cursos no presenciales, la información ofrecida ha de elaborarse con singular esmero y acierto didáctico; así ha de ser, para que se facilite la deseada asignación de significado a los significantes, como la mejor orientación de las inferencias derivadas.

Hace cuatro años, en 2008, conocí una norma oficial sobre la calidad de la formación virtual (la que identificamos con el e-learning) que me movió a la reflexión. La norma hablaba de la “facilidad de asimilación”, sin detenerse en la calidad de la información ofrecida; quizá porque la daba por supuesta. Para facilitar la “asimilación”, se apuntaba a la interactividad, a la carga multimedia, a la animación, a una plataforma a modo de campus virtual… Parecía darse más importancia a la exhibición y aprovechamiento del progreso tecnológico que a la información contenida.

En mis expectativas, equivocadas o no, un curso es bueno si facilita los conocimientos prometidos, y lo hace de modo efectivo, rápido y cómodo. No deseo, como docente o discente, adornos vanos que añadan coste pero no valor. Tal como ocurre en los mejores casos, deseo ver a la tecnología al servicio de la información y la formación; no al revés. Cuando se sostiene que, para aclarar dudas, uno debe conversar con otros usuarios o con un tutor, o cuando se sostiene que lo ideal es el blended learning, entonces parece abrirse a veces una puerta a la falta de esmero en la elaboración del material didáctico para estudio personal. No cabe generalizar, pero acaso sí reflexionar.

Insisto en todo esto porque, por ejemplo, en unas jornadas sobre e-learning celebradas años atrás en Madrid, escuché a un ponente (representante de una editorial de cursos multimedia) decir que “quien quiere aprender aprende, aunque el curso sea malo”. Asimismo recuerdo que, tras postularme como guionista de cursos, me preguntó una vez un empresario del sector si podría yo “escribir guiones sin dominar el tema”. Le respondí que no; que aprendería primero y diseñaría después.

Quizá hemos de valorar más el esmero con que se elabora la información, porque de otro modo estaríamos a veces dando más valor al continente que al contenido. En definitiva, tal vez debemos apreciar más la calidad de la información ofrecida al usuario, en beneficio de su traducción a conocimiento valioso y aplicable. No obstante, en todo caso hemos de saber manejarnos con destreza: buscar y encontrar la información, evaluarla, asignarle significado, integrarla en nuestro acervo, desplegar conexiones e inferencias…

En 2009, participé en una jornada sobre calidad del e-learning en la Universidad de Sevilla. En mi intervención sostuve que el conocimiento procedía de la información que nos rodea en diferentes soportes (humano, impreso y electrónico); lo hice para defender la calidad de la información y aludir luego a la necesidad de la destreza informacional. Contemplé sorprendido que disentía el ponente que me siguió; él sostuvo que el conocimiento no venía de la información (aunque no me quedó claro de dónde venía pues). De modo que el lector podrá asentir o disentir ante estas reflexiones que le ofrezco.

Despleguemos la idea de la excelencia informacional. Hemos avanzado en la destreza informática, pero acaso hemos de hacerlo algo más en lo referido a la transición de la información al conocimiento. Al respecto, cabría tal vez distinguir 16 pasos o etapas, en el caso más general y llegando hasta la aplicación o difusión del conocimiento adquirido. Serían las siguientes:

- Conciencia de la necesidad de formación-información.
- Definición del patrón de búsqueda.
- Identificación de las fuentes.
- Acceso a las mismas (humanas, impresas o electrónicas).
- Localización de información útil.
- Descubrimientos paralelos casuales.
- Examen de la información.
- Interpretación y evaluación de la misma.
- Contraste de informaciones.
- Integración y aprendizaje.
- Combinación con conocimientos anteriores.
- Establecimiento de conexiones.
- Posibles inferencias y abstracciones.
- Síntesis y conclusiones.
- Reflexión sistémica.
- Aplicación y difusión.


Ya en la década anterior, me interesó el movimiento de la gestión del conocimiento, el del aprendizaje permanente, el de la destreza informacional… Pero me detuve de modo especial en el movimiento del pensamiento crítico, e indagué al respecto con gran interés. Sí, el pensamiento crítico resulta fundamental en el manejo de la información; fundamental en diferentes etapas: al buscar información, al examinarla, al darle significado, al integrarla y conectarla, al desplegar inferencias…

He venido observando que algunos de mis interlocutores fruncen el ceño cuando hablo de la necesidad del pensamiento crítico. Suelo insistir en que el pensador crítico no busca defectos o fallos, sino verdades subyacentes u ocultas; no presenta una actitud negativa, sino exploratoria; no cree poseer buen juicio, sino que desea poseerlo; no se precipita en las inferencias, sino que las lentifica; no denota insatisfacción, sino curiosidad; no se limita a lo que avala sus juicios u opiniones, sino que indaga y contrasta la información.

En efecto, llegamos a un conocimiento sólido cuando desplegamos el pensamiento crítico, que es un pensamiento de alta calidad. No solo hemos de pensar por nosotros mismos y evitar en lo posible ser manipulados, sino que hemos de pensar con esmero, rigor, objetividad, afán de descubrir. En otra ocasión y si el lector asiente, podemos detenernos en los descubrimientos casuales o serendipitosos, al margen del patrón de búsqueda: es la sexta etapa de la lista anterior.