Un nuevo ciclo, una nueva posibilidad.

La naturaleza está diseñada con base en ciclos. Desde pequeños aprendimos en la escuela que los seres vivos nacen, crecen se reproducen y mueren. Este es el ciclo de la vida. El año nuevo nos permite reflexionar sobre un lapso de nuestra vida y prospectar nuestra forma vida para la siguiente breve estación de 365 días que tenemos por delante.

Nacer, crecer físicamente y morir es inevitable y en gran medida, incontrolable. Nuestra zona de acción o posibilidad de aportación en la vida descansa en el crecimiento interior, espiritual, emocional, social e intelectual y en el reproducirnos, de las otras fases se encarga la naturaleza.

Para mí la reproducción no tiene que ver solamente con el poder de engendrar, sino con dejar un legado; con sembrar en otros algo de nosotros; con reproducir en alguien más algunas de nuestras acciones, conocimientos o ideas. ¿Cómo quieres ser recordado?, ¿con qué características quieres que te identifiquen cuando a alguien más le digan: actuaste como tal persona? Pueden usarnos como referencia porque se rieron como nosotros lo hacemos, o por la forma de caminar, por las palabras usadas, por los gestos de maldad o de honestidad que hayamos realizado. Así como a un triunfador se le puede asociar con Napoleón Bonaparte; a un hombre tranquilo con los oriundos de Campeche (campechanos), o a un deportista iracundo con John McEnroe; de la misma manera nuestros actos, gestos, ideas, colaboraciones y actitudes actuales formarán parte de nuestro legado y por lo tanto de nuestra reproducción como humanos. Por lo anterior considero sumamente relevante tomar en cuenta qué tipo de legado deseamos generar; cuál queremos que sea nuestra reproducción en los demás. No es necesario ser perfecto, intelectual, monje o una celebridad para trascender. Al impactar una sola vida nuestro legado toma sentido, ya que esa vida puede convertirse en influencia para muchas otras. Nuestra tarea central no radica en que tan grande es nuestra zona de afectación, sino qué tan deseables y positivas son nuestras acciones trascendentes.

Respecto a la otra parte del proceso de la vida: crecer; la situación no es muy distinta. La naturaleza se encarga por sí misma de proveernos del crecimiento físico, pero la madurez mental, social, emocional y espiritual es tarea nuestra. Nos conviene abrir nuestras perspectivas hacia el aprendizaje para experimentar nuevas cosas, comprender mejor a los demás, desempeñarnos con éxito y alcanzar mejores niveles de vida. Para ello resulta muy importante invertir en nuestra educación, leer y elegir adecuadamente lo que leemos; pedir consejo y acercarnos a quiénes consideremos mentores, viajar y conocer otras culturas; en fin, hay tantas formas de aprender, qué prácticamente cada acto puede ser una experiencia de aprendizaje. Pero hay una condición indispensable para aprender y consiste en querer hacerlo, lo cual implica tener humildad para reconocer que no sabemos, que requerimos de la información de otros para aprender, que no somos sabelotodo y que incluso en las áreas que dominamos y tenemos experiencia, siempre hay algo nuevo por descubrir.

Tal vez este nuevo ciclo anual sea un buen tiempo para trabajar en las dos áreas que he comentado: “reproducirnos y crecer”. Te invito a tomar como propósito para este nuevo año acciones sencillas pero trascendentes: leer 6 libros en el año; asistir a dos capacitaciones importantes; ser más considerado con los demás, especialmente con quiénes convivimos regularmente; orar unos minutos cada día; aceptar a los demás como son en lugar de intentar cambiarles; usar nuestras palabras de forma positiva y respetuosa; ejercitarnos físicamente al menos cuatro veces a la semana; expresar nuestro cariño a los seres queridos; utilizar frecuentemente las palabras “gracias”, “no sé” y “perdón”. Pequeñas acciones como éstas pueden convertirse en el sello y legado de una vida. Vivamos esta nueva oportunidad con entusiasmo, esperanza y perspectiva de legado.