Preocuparse es perder

Un gerente preocupado transmite incertidumbre y malogra su valor como líder. Un trabajador preocupado desperdicia energía y pierde afecto por el entorno de trabajo, perjudicando a la organización en su conjunto. 

Una de las paradojas de nuestro tiempo es que, muy a pesar de nuestros deseos, solemos enfocar la atención en situaciones que no son esenciales en la vida. Un día te levantas, agarras a tu hijo de la mano y lo depositas en el jardín de infantes, sin tomar conciencia en ningún momento del niño a tu lado, porque caminas entretenido con otro asunto en la cabeza: un compañero de trabajo cerró mejores negocios y perderás la carrera por un ascenso. Esa preocupación te tuvo atrapado durante el fin de semana entero, se robó tu sueño y perjudicó seriamente tu digestión.

Conozco un gerente de cincuenta años que, además de ser una persona muy cordial, es un magnífico bajista. Nunca imaginé que detrás de esa vocación escondía una historia sorprendente, que nos puede ayudar a resolver la paradoja planteada. Reconstruyo lo que recuerdo de su relato.

“Cuando me ascendieron en mi primer trabajo, las responsabilidades me devoraron. Me volví irascible, creo que incluso mala persona. Encima, todos los días a las cinco de la tarde, la hora en que me encerraba en la oficina y tenía mayor presión, escuchaba el ‘ruido’ de alguien tocando el bajo. Era una tortura. El sonido ese me sacaba de las casillas. Un día no aguanté más, lo insulté por la ventana, salí de la oficina, subí a su edificio y golpeé la puerta. Inesperadamente, me abrió un hombre de unos ochenta años, sonriente. Me recordó a mi padre y me aflojé. En lugar de insultarlo le pregunté si daba clases de ‘eso’, mientras señalaba el bajo que tenía en su mano. Ni si quiera sé por qué se lo pregunté.
“Después de la primera clase en la hora del almuerzo, más que el gusto por la música me entusiasmó lo relajado que volví al trabajo. No me había sentido así desde hacía meses y, además, tuve mucha más claridad para resolver problemas que me agobiaban desde hacía días. Desde ahí, tengo un promedio de cuatro veces a la semana tocando el bajo, que se convirtió en mi herramienta más importante de gestión de eficiencia personal.”

Me impactó mucho esta historia. En los puntos siguientes, trato de resumir lo que a mí me enseñó:

- Hay que atacar la preocupación apenas aparece, antes que se agigante (el gerente del caso lo hace cada día)
- Hay que darle a la mente una actividad a la que aferrarse para que no se entretenga con el tema preocupante
- Preocuparse sólo agota energías y perjudica el carácter, no contribuye a resolver nada (esto es bastante obvio, pero lo apunto por lo difícil que es practicarlo)
- Cuando así y todo la preocupación nos vence, es muy válido recordar a las personas que más queremos, porque tienen el poder de enfocarnos en lo que verdaderamente importa (pensar en la imagen de su padre “aflojó” a mi amigo delante del anciano)

Un gerente preocupado transmite incertidumbre y malogra su valor como líder. Un trabajador preocupado desperdicia su energía y pierde afecto por su entorno de trabajo, perjudicando a la organización en su conjunto.