El líder eficaz y su realización humana

Al plantearnos una pregunta de esta amplitud se desprende casi inmediatamente, la controversia en la que nos desplazamos diariamente: ¿es el contexto el que nos configura o somos llamados a configurar el contexto?
Muchas opiniones coincidirán en afirmar que, en general, el contexto nos condiciona. Brota así la adaptación de la personalidad a los diferentes entornos. Resulta sencillo en estas primeras pinceladas delinear los espacios por entre los cuales iremos construyendo la respuesta al cuestionamiento principal. Actuamos, es decir nos expresamos, de acuerdo al impulso de nuestra personalidad o, de acuerdo a la adaptabilidad que desarrollamos para lidiar con el entorno en que nos encontramos.

Nuestra personalidad parece expresarse de manera diferente según el día de la semana, el horario, si se trata de esparcimiento, trabajo, reunión con amigos, rito religioso, etc. Quienes nos observan podrían emitir comentarios tales como: “los viernes se lo ve mejor”, “hoy tiene cara de lunes”, “no se le puede hablar hasta después del desayuno”, “tratemos que la reunión sea después del almuerzo así su ánimo mejora”, “dejemos los aspectos personales fuera del trabajo”, “tratemos de no llevar el trabajo a casa todo el tiempo”, “necesito estar solo y en silencio aunque sea por un rato”, etc.

De esta manera se configuran espacios más relajados o expansivos que otros. “Necesito estar en casa para relajarme”, podría ser una expresión de uso popular. Distinguimos espacios donde sentimos que podemos abrirnos y compartir, a diferencia de espacios donde es conveniente protegerse o resguardarse. Se configuran así modelos mentales que incrementan los condicionamientos externos con condicionamientos adaptativos individuales.

Tendemos a cuidar la imagen pública, es decir, la imagen que nos parece será conducente al medio. Aquella imagen que será aceptada, apreciada, reconocida o destacada.
De alguna forma apreciamos que el cuidado de la imagen pública también conocido como “el qué dirán” contribuirá a nuestra efectividad. Culturalmente hemos aprendido que es “natural” que mi mundo interno permanezca oculto a la mayoría de las personas con que me relaciono, “no es conveniente que te des a conocer con cualquiera”, se escucha decir. “Pueden dañarte o deteriorar tu imagen” es otro tipo difundido de recomendación protectora.

En otras palabras, ser “transparente” puede convertirse en un calvario en cambio de un beneficio. A consecuencia de estas experiencias nos convertimos en seres que mutamos nuestras capacidades humanas. Abandonamos la interioridad como riqueza que se comparte y nos concentramos en mantener los esfuerzos que se requieren para sostener las corazas con que defendemos nuestra imagen pública.

¿Cuál es el resultado de tamaña sumisión?

Nos resignamos a imaginar que existen espacios donde la Paz, la Armonía y el Amor son posibles y otros dónde la práctica de estos principios es casi imposible. Esta sapiencia existe mayoritariamente en el ámbito laboral de nuestros días.
Es resignación que se convierte en cultura social y es válida tanto para empleados, como jefes, gerentes, directores o accionistas. De la única forma que se justifica semejante sacrificio, representado por la renuncia a lo único que nos interesa en verdad (Paz, Armonía, Amor) es el precio que me pagarán, el precio que exigiré o con el que me conformaré según sea la época. Cabe entonces reflexionar acerca del precio que le exigimos a nuestro empleo, a la empresa, al capital. ¿Qué calidad y cantidad de jugo tendrá que proveer esta naranja? Es la clase de conversación que sin expresarse formalmente se ventea en los ambientes laborales.
Se configuran contextos de extracción y no de contribución. Así se definen muchísimas inversiones de la nueva economía.

Se vislumbra por medio del relato que la imposibilidad de una determinada práctica termina por impulsar otras. A falta de Paz, Armonía y Amor ¿qué prácticas surgen en esos entornos? Las contrapuestas quedan representadas por el estrés, el desencuentro o la pérdida de la confianza y la división. División que es contrapartida a la Unión. Una Unión que sólo se abastece en el Amor.

Luego de esta detallada y al mismo tiempo sintética descripción del fenómeno parece necesario “virar” abruptamente para hacernos cargo de la afirmación que sostenemos: Sin Paz, Armonía y Amor destruimos valor, tanto organizacional como personal.

¿Estamos entonces en condiciones de promover otras alternativas?

¿Cuál sería el cambio que es necesario implementar?

Abandonar el culto de la personalidad iluminándola, es decir llevando a la cotidianeidad lo profundo que nos configura, un despertar que revalorice aquello que en verdad somos, un despertar que deje ver la dimensión humana que se manifiesta cuando dejamos de sostener las apariencias. Este es el sendero que propiciamos.

No estamos recomendando un reemplazo del cuidado de la imagen con formalismos de “con o sin saco y corbata” o “casual de día viernes extensivo a la semana”. Proponemos incentivar la expresión de la riqueza que se anida en lo profundo de lo que somos. Buscamos promover la cultura que nos mantiene conectados en todo espacio sin ninguna necesidad de aparentar para obtener, esta cultura que entrelaza el Ser en el quehacer.

Este cambio se fundamenta en la explosión de nuestra interioridad que se irradia en el mundo exterior potenciando –sin pretenderlo- todas las acciones que desarrollamos. Vale la pena citar aquí las palabras de Lao Tzé: “el que vence a sus enemigos es fuerte, pero el que se vence a sí mismo es poderoso”.

La integridad, la coherencia, la práctica de las virtudes humanas fundamentales como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la perseverancia se convierten en indicadores que señalan la Presencia que todo lo ilumina y que vive en tu interior.
Es Paz, Armonía y es Amor. Sólo tú puedes manifestarlo, animándote, viviendo de una manera que valga la pena. Esta es Efectividad Pura.