Manual del buen hacer Directivo
Son cosas de cajón, pero no está de más recordarlas de vez en cuando y tomar conciencia del grado de ejecución que aplicamos a cada una de las distintas tareas directivas. Los manuales al uso hablan de cuatro tareas ejecutivas:
- Planificación
- Organización
- Dirección
- Control
Me llama mucho la atención el enorme interés que ponen las empresas en la planificación. No cabe duda que otear el horizonte y tratar de encontrar el mejor camino para llegar a nuestro destino es el primer paso que todo el mundo debe dar. No sólo eso; la planificación tiene además como objetivo detectar posibles obstáculos que dificulten el peregrinaje. Todo perfecto. Para esta importante tarea las empresa se dotan (o intentan dotarse) de los mejores profesionales y medios informáticos. Existe un gran flujo de directivos de unas empresas a otras, pagados a precios de oro, y no se escatiman recursos para software de simulación, etc. Estoy convencido que la tarea de planificación se hace concienzudamente en la mayoría de las organizaciones. Otra cosa será que se acierte o no, que tiene más que ver con cuestiones de azar e incertidumbre.
Ahora bien: hay una frase lapidaria de Norton y Kaplan que voy a poner en negrita: nueve de cada diez estrategias fracasan en su implementación, no en su formulación. Sinceramente a mí me parece exagerado el porcentaje, pero no tengo datos para negar que sea cierto. Aún así, sí tengo la misma impresión que ellos: se planifica mucho pero no se llevan adelante los planes con el mismo interés y éxito. ¿De que estamos hablando realmente? De la segunda y la tercera tareas antes descritas (organización y dirección). Me detendré en la segunda.
Una vez definida la estrategia es conveniente mirar hacia dentro y ver con qué recursos contamos. No sólo eso: hay que buscar los que falten y sean necesarios, y organizarlos todos de tal modo que ayuden a conseguir el fin propuesto. Ahí empiezan los problemas, especialmente en la organización de los recursos humanos. Los inconvenientes seguro que les van a resultar conocidos: resistencia al cambio, miedo a salir de la “zona de confort”, miedo a perder cuotas de poder, falta de formación, dificultades de adaptación… El inmovilismo humano es un gran lastre a la hora de reorganizar una empresa. El simple cambio de un organigrama que suponga un trasiego de jefaturas ya se ve con un enorme problema. Y en ocasiones lo es. No hablaré aquí de otros cambios organizativos que tienen que ver con el inmovilizado (oficinas, sedes…) o con la producción (maquinaria, cambios en los procesos…), pero no olvidemos que también existen.
Lo que quiero en definitiva trasladaros hoy es una reflexión sobre la importancia de la organización de los recursos en las empresas. Es una tarea CAPITAL, incluso más que la propia planificación. Uno puede hacer unos planes menos imprecisos o a más corto plazo, que si es capaz de implementarlos eficazmente tendrá más éxito que aquella otra empresa que diseñe muy bien pero tropiece con una estructura mastodóntica e inmovilista. Fijaros que paradójico: una pequeña empresa, una PyME tiene en este campo infinita ventaja frente a una gran organización. Si un empresario pequeño fuera capaz de entender la importancia de esta tarea y fuera capaz de llevarla a cabo con eficacia, tendría (casi) garantizados mayores crecimientos que una gran empresa muy departamentada y fraccionada.
En fin; no me extiendo más. Me temo que una de las mayores carencias en el mundo directivo es la dificultad para organizar la empresa. No echo la culpa totalmente al ejecutivo, porque no obvio las dificultades inherentes a los subordinados y sus enormes prejuicios ante cualquier cambio, por mínimo que sea. Pero sí creo que, en definitiva, se debería poner algo más de énfasis en esta tarea por ser una de las principales actuaciones de cara a conseguir una fuerte ventaja competitiva. De lo bien o mal organizada que esté una empresa depende buena parte de su fortaleza en el mercado.