Los límites están para romperlos
La idea es la siguiente: las capacidades de las personas no son ilimitadas. Más arriba o más abajo, cada una de nosotros tenemos un límite en cierto punto que marca la diferencia entre nuestras capacidades y nuestras incapacidades. Estamos incapacitados para realizar todas las habilidades por encima de ese límite, pero por debajo del listón hablamos de capacidad de realización.
Las capacidades aportan utilidad, es decir, todo lo que somos capaces a realizar es útil para alguien (para nosotros, para la empresa, para la sociedad). Podemos decir que “todas las personas somos útiles en mayor o menor medida, todas somos necesarias en este mundo, todas aportamos nuestro granito de arena y, en consecuencia, nadie es prescindible en una sociedad que aspire al progreso”. Bajo esta premisa, es imposible hablar de personas “inútiles” porque ello supone afirmar que hay personas que no aportan absolutamente nada a nadie, cuestión prácticamente imposible de conseguir. En el peor de los casos podríamos hablar de personas “incapaces” para realizar cierta tarea, pero nunca de “inútiles”.
Esta teoría que acabo de plantear no es mía sino de la persona que ven en la foto. Se llama Iago Pérez Santalla, [pincha en el nombre] es un joven gallego con parálisis cerebral y la expuso en una ponencia dentro de las XIC jornadas internacionales de Coaching en Santiago de Compostela. Fue una ponencia tremendamente emotiva que a ninguno dejó impasible, en la que nos demostró con su ejemplo que los límites humanos están muy por encima de lo que muchos de nosotros creemos. El nivel alcanzado por Iago -luchando contra las limitaciones que le plantea su enfermedad- es más alto que el de muchas personas que carecemos de tales problemas. ¡¡Una auténtica lección de lucha y afán de superación para la sociedad!!
Dicho esto, quiero trasladar la reflexión de Iago a dos ámbitos muy concretos: la vida personal y la empresa.
En cuanto a la vida personal, nada que objetar. Uno de los valores más preciosos que tenemos los hombres es la libertad y haciendo uso de ella cada individuo se fija el listón en donde le venga en gana. Nadie puede criticar a uno que decida NO elevar su límite de capacitación por encima de lo que está haciendo.
Pero si hablamos de empresa, entonces esa libertad individual para marcarse objetivos ya no está tan clara. Las empresas contratan a los empleados porque los necesitan, y lo que realmente esperan de ellos es que den lo mejor de sí. A cambio de este esfuerzo, el trabajador recibe una compensación.
La primera cuestión que conviene tener clara es que todos los empleados de una organización aportan sus capacidades en mayor o menor medida y, por lo tanto,todas son útiles. Aquí tampoco hay personas “inútiles”, sino “incapaces” para cierta labor. En consecuencia, no estaría de más que algunos jefes desterraran de su lenguaje frases tan injustas y despectivas hacia sus subordinados como ésta: ¡¡eres un inútil!! Aparte de un insulto, es totalmente imposible encontrar a una persona que no sea útil para nada y para nadie; pero supongamos por un segundo que así fuera, es decir, que alguien no aportara absolutamente nada a la organización; deberíamos preguntarnos: ¿qué hace entonces trabajando en ella? ¿no será que el “inútil” es el jefe que lo mantiene y no lo despide?
Moraleja: ¡¡Valoremos a las personas por lo que hacen, NO por lo que no pueden hacer!!
Otra cuestión interesante que conviene recordar es que las personas de una empresa tienen la obligación –cuando menos, moral- de dar lo mejor de sí. Para eso se las contrató en su momento, eso es lo que se espera de ellas y eso es lo que se les remunera. Gráficamente consistiría en elevar el límite lo más alto posible, es decir, aumentar sus capacidades hasta donde sea razonablemente factible. Lo normal es que el empleado no esté solo en esta tarea, sino que cuente con el apoyo de su jefe (motivación) y de la propia compañía (formación) dado que a ambos les interesa que el empleado coloque el listón de sus capacidades lo más arriba que se pueda. Si una persona recibe la motivación suficiente para ello (reconocimiento, incentivación…) y cuenta con la formación necesaria, la única razón que explicaría que un empleado no eleve su nivel de capacitación es que NO LE DA LA GANA o que ya esté en el tope máximo.
Reflexionemos sobre las dos alternativas posibles:
- Opción 1: al empleado no le da la gana de mejorar sus cualidades, a pesar de que se le incentiva para ello y se le da la formación adecuada. ¿Qué hace esta persona dentro de la organización? Planteémonos esta cuestión de vez en cuando.
- Opción 2: el empleado alcanzó el tope máximo de desarrollo profesional en el puesto actual. Es el momento de iniciar un plan de carrera que le reconozca su esfuerzo y le permita dar un salto cualitativo desde el que volver a desarrollar nuevas capacidades. No hacer esto puede conducir a un “burnout”, situación nada deseable ni para el empleado ni para la empresa.
Gracias por tu ejemplo, Iago.