Venezuela, riqueza y pobreza petrolera
Históricamente; los gobiernos venezolanos indistintamente de su inclinación socio política, han visualizado en mayor o menor grado la necesidad de convertir nuestras riquezas naturales, especialmente la proveniente de la actividad petrolera en un instrumento de progreso y bienestar social para la población. Algunos gobernantes pudieron contar con períodos de bonanza dentro de su gestión, mientras que otros no corrieron con la misma suerte, más sin embargo, la promesa por cumplir siempre ha estado enfocada en la potencial capacidad del petróleo para generar la mayor felicidad posible para el resto de los ciudadanos.
El término “país monoproductor”; constituye un estigma superado hace ya unas cuantas décadas atrás, en la medida en que fueron creadas nuevas empresas e incorporando actividades no tradicionales dentro de un aparato productivo en constante evolución; donde la inyección de recursos por parte del Estado venezolano fue un factor catalizador y determinante para establecer las bases en la construcción de una economía cada vez más diversificada. Ahora bien, todo luce color de rosa hasta que entran en juego los intereses particulares, partidistas y gremiales, dando lugar a discreciones en la distribución de la riqueza petrolera y agudizando en el tiempo la brecha entre las clases sociales venezolanas; con lo cual, el petróleo asume por sí solo, la injustificada culpa de ser “generador de pobreza”.
Adicionalmente, para minimizar el impacto social ocasionado en la mala praxis de estimulo y diversificación de la económica, cada uno de los gobiernos incluyendo el presente, han encontrado como receta política de corto alcance, el otorgamiento de becas, regalos, financiamientos preferenciales, dádivas y contrataciones colectivas complacientes; con lo cual, fueron incrementando el poder adquisitivo de la población y la consecuente demanda de productos y servicios inexistentes en la economía, promoviendo las importaciones y dando a los venezolanos la sensación de bonanza e ilusión rentista para el largo plazo; de esta manera, el petróleo asume su segunda culpa, para convertirse en un “generador de inflación”.
En economías de alta inflación, donde las tasas de interés en instrumentos financieros se hacen negativas, es lógico suponer que los individuos descartarán cualquier alternativa de ahorro de recursos en el sistema bancario y optarán primeramente por proteger su poder adquisitivo mediante la compra de bienes o en su defecto demandando posiciones en moneda dura; con lo cual, el petróleo asume su tercera culpa, siendo capaz de “distorsionar el sistema cambiario” y generar mayor inflación a la ya existente. Como respuesta a esta situación, es de suponer la adopción de modelos impositivos de control de cambio o el establecimiento de restricciones a la adquisición de divisas y consecuentemente profundizar el grado de culpabilidad del crudo venezolano.
Como recetas adicionales para mitigar los efectos de la inflación, es por demás predecible que dentro del abanico de alternativas que haya asumido cualquier gobierno venezolano, se encuentren la regulación de precios y el aumento recurrente de los sueldos y salarios; medidas que tarde o temprano repercuten sobre los niveles de rentabilidad de las empresas, incentivan el desabastecimiento y se traducen en mayores niveles de desempleo, con lo cual asumimos que en nuestra economía el petróleo es y será el eterno culpable del desabastecimiento y de los altos niveles de desempleo.
En un país cuya principal fuente de recursos proviene de la renta petrolera, donde todos los gobiernos han promovido una cultura de paternalismo, dádiva, rentismo y consumismo; cuando estructuralmente venimos arrastrando e intensificando debilidades económicas y sociales; y cuando la población deja de percibir la riqueza petrolera en su propio bolsillo, nace el escenario perfecto para el surgimiento de pronunciadas brechas entre las clases sociales y marcados niveles de pobreza.
La corrupción y la disposición de este valioso recurso como herramienta política de los gobiernos venezolanos, han dado lugar a desequilibrios tanto económicos como sociales, han facilitado la consolidación de una economía portuaria y un aparato productivo en franco deterioro. En definitiva, debemos gerenciar el aprendizaje que deparan las situaciones de crisis, fomentando en la población las iniciativas de emprendimiento empresarial y cultura tributaria, la responsabilidad y el respeto a las leyes; exigir la debida transparencia en todas y cada una de las instituciones públicas; ya que de no ser así, la culpa siempre será del petróleo.