Una hora de juego

A fines del año 2006 desarrollé el Taller Plan Emprendedor Personal (P.E.P.), basado en la metodología de Indagación Apreciativa (IA) que es una filosofía de cambio que parte de la premisa “descubra lo que da vida a un sistema humano y luego déjelo fluir” (http://appreciativeinquiry.case.edu/).

Como dijo David Cooperrider, uno de los creadores de IA, “el tipo de pregunta que hacemos, determina el tipo de respuestas que obtenemos. Las semillas del cambio están implícitas en cada pregunta, y así las personas y los grupos crecen y se desarrollan en función de los diálogos que mantienen y las preguntas que se formulan”. Indagación Apreciativa logra, al decir de Peter Drucker, “hacer efectivas las fortalezas de la gente e irrelevantes sus debilidades”.

He disfrutado mucho facilitando este taller para diversas audiencias. Pero me faltaba algo y ese algo era dictarlo a estudiantes de los últimos años de secundaria. La oportunidad apareció en el 2013. Lo hacíamos los viernes a última hora de la tarde.

Una de las cosas que enseñamos en el taller es: “haz lo que puedas, con lo que tengas, estés dónde estés”.

Nos divertimos mucho con los muchachos y las muchachas. Por ejemplo, cuando les hice una pregunta que forma parte del taller: ¿Cómo se visualizan en un día como hoy, pero dentro de diez años?, la cara fue de espanto, luego risas…, hasta que comenzaron a hablar las chicas, que siempre son más maduras, quienes con un fantástico instinto maternal, manifestaron “yo voy a tener tres hijos”, “dos hijos…” y cosas por el estilo. Una de ellas dijo que iba a ser una diseñadora de ropa e iba a estar presentando sus colecciones en un castillo en Escocia, y también me habló de los hijos que tendría.

Nos emocionamos, soñamos, definimos metas, hicimos networking, pero para ser emprendedor hay que trabajar, hay que sudar. Y ellos no escribían, no avanzaban en el trabajo personal. Las excusas empezaron a hacerse recurrentes.

Un día todo el grupo vino “enojado”. Yo estaba en el medio y tenía pocas opciones, pero algo tenía claro: el responsable del taller era yo y debía resolver la situación. Debía fomentar el ambiente apreciativo, y sabía que rezongar o buscar culpables era un camino trillado que no conduciría a nada.

Debía ser creativo y entonces lo que se me ocurrió fue invitarlos a jugar a “Combate”, que era un juego de mi juventud basado en aquella serie de TV de la década de 1960, sobre un grupo de soldados en la Segunda Guerra Mundial.

Yo hacía tiempo que no jugaba a Combate. Desde los lejanos 70, cuando entrenaba para jugar al rugby. En esas frías noches de invierno, en las canteras del Parque Rodó, intentábamos poner algo de magia, porque si no se nos complicaba para correr, saltar y tirarnos al suelo…

La cara de los chicos fue de más susto aún que cuando los invité a soñar sobre su futuro…, pero les expliqué cómo se jugaba y aceptaron gustosos!

Lo más interesante ocurrió en la clase siguiente. Todos los alumnos trajeron sus trabajos.

Ya lo había dicho Platón: “puedes descubrir más de una persona en una hora de juego que en un año de conversación”.