¿Y si soltamos la queja y nos decidimos a actuar?

¿Y si soltamos la queja y nos decidimos a actuar?

¿Somos conscientes de cuántas veces nos quejamos durante el día?

¿Cuáles son las razones ocultas que nos sostienen en ese espacio? ¿Hay algo que podamos hacer?

Basta con leer los diarios, escuchar un noticiero o simplemente conversar con algún compañero de trabajo para enfrentarnos con nuestro verdadero “deporte nacional” : LA QUEJA.

Efectivamente, nos quejamos de todo, todo el tiempo. Nos quejamos del clima (no importa si hace calor, frío o está lloviendo), de nuestro jefe, de nuestro cónyuge, de nuestros padres, de nuestro trabajo, del tránsito, de los políticos, de que la plata no nos alcanza, del cansancio, de la falta de tiempo, etc.

Y la lista se podría volver interminable. ¿Y cuál es la principal razón de la queja en nuestras vidas? ¿Qué es lo que la sostiene? ¿Qué nos impulsa a permanecer en ese estado de “malestar”?

Según nuestra mirada existen 2 razones principales:

Pretender ser “inocentes”

Ello significa que siempre encontraremos algo o alguien, a quien echarle la culpa de todos nuestros males y sinsabores. En otras palabras, tendemos a ocupar la posición de víctimas que nos permite declarar nuestra inocencia. ¿Qué tiene de positivo esta postura? Que es muy consoladora, al menos en el corto plazo.

En realidad, ignoramos que por nuestra propia acción u omisión, estamos sembrando en nuestro interior un terreno fértil para que germine la resignación y el resentimiento. Ya lo hemos dicho, declarar nuestra inocencia es también cubrirnos de impotencia.

Poseer una visión de “escasez”

Ello significa poner el foco en que siempre hay algo o alguien que nos está faltando para ser realmente felices. Y muy especialmente cuando ese “algo o alguien” está en poder de otro.

No comprendemos que la felicidad no se encuentra afuera o en el futuro, sino en nuestra posibilidad de conectarnos con una emocionalidad de gratitud.

Gratitud que proviene de poder apreciar (y agradecer) el momento presente que vivimos, con todas las circunstancias que el aquí y el ahora nos presentan.

Como decía mi suegra, “vivir la vida y saberla merecer hasta hermosear la propia desventura”.

Ahora bien, detrás de la queja hay información valiosa que se nos presenta y de la cual podríamos hacernos cargo. Esto nos permite detectar aquellas situaciones que se nos presentan como displacentaras y que deseamos cambiar.

¿Qué podríamos hacer entonces para transformar nuestra realidad?

En primer lugar, soltar la actitud de la queja en la que hemos habitado, dado que nuestros pensamientos y conversaciones tienen un efecto muy poderoso en nuestras vidas.

¿Cómo hacerlo?

Les propongo seguir el proceso que diseñó Will Bowen en el 2006 y que él llamó “El desafío de los 21 días”.

El procedimiento es muy sencillo: te colocás una pulsera violeta con la leyenda “un mundo sin quejas” en cualquiera de tus muñecas y la mantenés allí durante 21 días sin emitir ningún tipo de queja .

Si durante ese período emitís una queja, deberás cambiar la pulsera de muñeca y volver a empezar (no es imprescindible que sea una pulsera, podría por ej. ser una pequeña piedra en el bolsillo).

Un signo de lo presente que está la queja en nuestra cultura es que a la mayoría de los que aceptaron este desafío les tomó 5 meses pasar la prueba.

¿Por qué 21 días? Porque según los especialistas del comportamiento, 21 días es lo que tarda una conducta en arraigarse como hábito.

Ello no significa resignar pasivamente aquello que no te agrada. Todo lo contrario, implica soltar “la queja” y pasar a la acción.

Pasar a la acción (asumiendo tu propia responsabilidad) te permitirá tomar conciencia del verdadero “poder” que tenés para rediseñar tu vida. Comprometiéndote realmente con los objetivos que deseas alcanzar.

Para ello te propongo que diseñes un plan detallando los pasos necesarios para generar los cambios que deseas, asegurando que éste cumpla los siguientes requisitos:

- Que exprese el objetivo en positivo (ej.: “alcanzar los 75 kilos” en vez de “bajar de peso 10 kilos)
- Que pueda ser observado y medido desde la experiencia (ej: “compartir una salida con mi pareja todas las semanas” en vez de “mejorar la relación con mi pareja”)
- Que dependa de mí mismo para llevarlo a adelante (ello no significa ignorar la existencia de variables que están más allá de mi control, sino de poner el foco en aquello que sí depende de mí)
- Que esté ubicado en un contexto específico (trabajo, pareja, amistades, etc.). No siempre se desean los mismos objetivos en contextos diferentes.
- Que sea ecológico (es decir, que mi bienestar no produzca daños a terceros ni al medio en el cual habito).

Si no podés hacerlo solo, el pedir ayuda a los demás será un valioso recurso del que dispondrás. Y si esto no fuera suficiente (porque está realmente más allá de tus reales posibilidades actuales), abandoná la queja y “rediseñá” tus planes. Como sostenía una colega, rediseñarlos no significa renunciar a ellos sino “re-enunciarlos”.
No es tan importante los resultados logrados, como el camino que elegís y tu actitud mientras recorrés el mismo.

Recuerda que como el bambú japonés, puede tardar más de lo deseado que aparezcan los primeros resultados, pero si tu compromiso es verdadero, los mismos florecerán mucho más allá de tus expectativas iniciales.

En resumen, “cambiá tu manera de ver las cosas, y las cosas cambiarán de forma”.