El management político en tiempos de Facebook, Twitter y YouTube

No es necesario ser un erudito para dilucidar que, gracias a las constantes mejoras en las comunicaciones, la sociedad humana se favoreció de numerosas y curiosas maneras.

La masificación de las telecomunicaciones permitió a millones de personas acceder al conocimiento en cuestión de minutos, algo totalmente vedado para nuestros pobres ancestros que, si querían saber algo más del mundo, debían lanzarse a una aventura de proporciones inimaginables.

El promisorio y acelerado desarrollo en las telecomunicaciones a partir de la segunda mitad del siglo XX, provocó una oleada de invenciones que sólo cabían en la mente de un soñador.

Hoy, es común apreciar cómo se establecen, como un fenómeno universal, inquietante e irrefrenable, redes sociales virtuales, trasvasando fronteras y regímenes.

La política y los asuntos públicos tampoco se han visto eximidos de esta profunda revolución, y los políticos y funcionarios públicos perciben que, sin estas herramientas, sus desgastadas imágenes quedarán excluidas del debate virtual.

Si bien no fue un precursor, la impronta de Barack Obama quedó firmemente instalada como la de un candidato interactivo y promotor del uso inteligente de la tecnología.

Las elecciones que consagraron a la primera persona negra para dirigir los destinos de 252 millones de personas vieron crecer y esparcir su imagen a través de los videos de YouTube, y los sitios MySpace, Facebook y Twitter, ya sea desde PC hogareñas, portátiles o teléfonos celulares.

Incluso, el republicano John McCain lanzó una publicidad "anti Obama" en YouTube.

Pero quedaron atrás los momentos de campaña y el presidente más interactivo y virtual de los últimos tiempos se ha propuesto tratar el acceso a Internet como un derecho de los ciudadanos.

Su plan: permitir a todos los estadounidenses un acceso digno a una banda ancha de, como mínimo, 100 megabites por segundo. Claro está, no hay que defraudar al electorado.

El caso de Obama llamó poderosamente la atención, aunque no fue el único. Por ejemplo, las imágenes de los terribles sismos captados y retransmitidos por personas anónimas a todo el mundo, así como las eventuales diatribas proferidas por un presidente caribeño contra el uso del ciberespacio: "La Internet no puede ser una cosa libre, donde se haga y se diga lo que sea".

En otras regiones suceden cosas similares. Un caso paradigmático es el de Irán. Este país enfrentó una serie de manifestaciones que fueron fuertemente reprimidas, y censurada cualquier imagen delatora, aunque las autoridades iraníes no contaron con la denuncia "twitteada" de los abusos. China y Cuba, no cejan en su afán de impedir lo imposible.

La blogósfera cobija a un sinnúmero de defensores del uso de Internet. Uno de ellos es el profesor Agustín Mackinlay, docente de la Universidad de Leiden (Países Bajos), quien desde su blog asocia el beneficioso impacto de la innovación (la afanosa "destrucción creativa" empresaria) predicha por Schumpeter con la idea tocquevilliana del "capital social".

Esta última noción, que Tocqueville rescata de su experiencia en los Estados Unidos, pretende dar cuenta de la formación espontánea de asociaciones de ciudadanos que se mantienen informados y estrechamente vinculados para evitar el despotismo.

Por otro lado, Mackinlay reflexiona sobre la importancia de la conectividad para disminuir el "costo del capital" y promover una mayor calidad institucional, evitando el despotismo y fortaleciendo la división de poderes.

También, el periodista Thomas Friedman así como el ensayista Thomas Barnett son dos de los nuevos "gurúes" de la transformación del mundo gracias a la globalización tecnológica.

En el libro "El mundo es plano", Friedman nos ilustra acerca de los inconvenientes de resistirse a un planeta económicamente globalizado.

Entre tanto, Barnett, especialista en relaciones internacionales, advierte que la globalización de las comunicaciones promoverá un nuevo orden mundial en el que se diferenciarán los países "conectados" y los "desconectados". Estos últimos serán los más peligrosos, ya que la desconexión favorece el control de la sociedad y la monopolización de recursos estratégicos.

Estar "conectados", por el contrario, supone mantener a los ciudadanos en estado de alerta, y vinculados, ante el peligro de la concentración del poder económico y político.

La conectividad no es un fenómeno pasajero, su influencia económica es palpable; sobre la política, menos evidente pero creciente.

Estar "conectados" implicará una nueva forma de gestión y participación. En otras palabras, nace la era del "rule of law" global/conectada.

Autor: Pablo Carballal - Lic. en Ciencia Política. Docente en Derecho Político en la Universidad Católica de Salta. Funcionario Público.