En torno a querer tener siempre la razón

Es muy natural que los seres humanos creamos que la vida se compone de la dualidad “verdad – equivoco”, y que en ella cada uno de nosotros (es decir “yo”) está del lado donde habita la verdad y los demás (“tú”) del lado propio de quienes están equivocados.

Es como si yo hubiera creado a Dios y luego Dios hubiera creado a los demás como fuentes de química (emociones) e imperfección (pensamientos y acciones). En fin de cuentas el único perfecto aquí soy yo, con mis emociones, pensamientos y acciones y ¡los demás no comprenden nada!, por tanto están equivocados.

Quizá esta “verdad” llevó a René Descartes a afirmar: “No hay nada más equitativamente repartido en el mundo que la razón; todos creen tener suficiente”.

Si por un instante aceptáramos que no sabemos cómo “las cosas son”, podríamos entonces asumir que la verdad es una construcción, un juicio y que por ello “vivimos en mundos de interpretaciones”, donde finalmente la verdad es ese juicio que yo argumento para fundamentar aquello en lo cual yo creo.

Entonces podríamos afirmar con H.G. Bohn “Posee buen juicio aquél que no confía por entero en el suyo”.

Si cada uno de nosotros se radicaliza en el lado de “su verdad” no podrá razonar, y como afirmaba Carlos Drummond de Andrade: “Quien no sabe razonar es un tonto; quien no quiere razones es un fanático, y quien no osa razonar es un esclavo”.

“Si tú y yo discutimos y tú me vences, ¿será acaso verdadero lo tuyo y falso lo mío?” dijo un día Lao-Tse

Al aceptar que vivimos en mundos de interpretaciones y no de “verdades” nos abrimos al otro y desde la dualidad “Yo – Tu” empezamos a construir el “nosotros”.
Dos sentencias para finalizar esta reflexión: “De manera que Obra de manera que la razón de tus actos pueda servir de ley universal”. Kant

“El que quiera tener la razón y habla solo, de seguro logrará su objetivo”. Johann Wolfgang von Goethe